SORRY FOR YOU
Perorata dedicada a O. S.
Parte 1: De cómo las fotos bonitas se volvieron un falso clon.
En medio de un sol abrasador, cruzaba ayer la garita de San Isidro rumbo a San Diego, e iba yo pensando en qué características podía tener una foto bonita. Traté de imaginar, de recordar, algunas fotos que en otro tiempo pude considerar como bonitas. Y sí, había algunas. Pero sucedía que cada vez que las tenía presentes en mi imaginación resultaba, después de un primer examen, que no, que en realidad no lo eran.
Dos razones inmediatas podían ser la causa de negar ¿la belleza? a unas imágenes que en el pasado habían gozado de esa cualidad (boca mía). Primero, que yo había cambiado mi forma de apreciación y segundo, que era muy probable que esas imágenes pudieran ser consideradas por otro como no bonitas, es decir, feas. Y así, un problemita que me estaba yo planteando al cruzar la frontera se convirtió en un problemota: sin más ni más había pasado de “lo bonito” a “lo bello” y había declarado sin cuestionármelo que lo contrario de lo bonito era lo feo.
Y luego, por si no bastara, me fueron surgiendo otras preguntas: ¿tiene que haber cosas necesariamente bonitas en una foto bonita?, ¿puede haber cosas feas?, ¿la foto es bonita independientemente de las cosas que están en ella?, etcétera.
Pasé al Otro Lado y me dirigí a Giantphoto. Tomé el Freeway 5 y confié que en el camino podría desenmarañar esa madeja que había revuelto con tan poco tino. La empresa entintábase portentosa.
Busqué recordar alguna foto bonita que tuviera algo feo. No la encontré. Me pregunté el porqué no podía encontrar la fealdad en las fotos bonitas. Me respondería que la razón infructuosa de esa búsqueda se debía a que la fealdad era desagradable a la vista. Entonces, si la fealdad era lo contrario de lo bonito, las fotos bonitas eran, por tanto, agradables a la vista. Lo bonito de las fotos bonitas era sinónimo de agradable. Y sí, tenía que haber cosas bonitas en una foto bonita, necesariamente.
Iba ya por National City y mi visión se llenó de pronto de un cielo naranja y rojo, y un sinfín de pajaritos empezaron a revolotear en la lejanía. Me acordé cuando de niño subía a los cerros y observaba ese cielo en arrebol. Mi perspectiva visual ha de haber sido muy distinta a la de muchos otros niños hermosillenses. Había entre ese cielo arrebolado y yo una relación de tú a tú.
Cuento esta anécdota porque al ver ese cielo naranja y rojo en National City me dije: si me pusiera a pensar de otra manera, no con esta lógica, creo que pensaría que lo bonito es una extravagancia, una afectación, un ave raris.
Dejemos esta digresión atrás y tratemos de coger los hilos y destensar esta madeja enmarañada.
Llegué pues a que las fotos bonitas sólo pueden tener cosas bonitas. ¿Y cuáles serían estas cosas bonitas? No pude responder esto en ese momento. ¿Podré hacerlo ahora?…
Sé que un ruiseñor es bonito y que la foto de un ruiseñor no puede ser fea y sé también que un buitre es feo y que la foto de un buitre no puede ser bonita. También puedo decir: un ruiseñor es bonito y la foto de un ruiseñor puede ser bella y un buitre es feo y la foto de un buitre puede ser bella.
Entonces parecería inferirse que lo bonito no tiene nada que ver con lo bello porque la belleza incluye también la fealdad, a pesar de que ambos (lo bonito y lo bello) parecen tener un mismo contrario, es decir, lo feo.
Esto significaría que de lo bonito o de las fotos bonitas no podemos subir al siguiente escalón, es decir, no podemos pasar de lo bonito a lo bello por la sencilla razón de que la foto del buitre puede ser bella, aunque el buitre sea feo.
Así que no es gratuito que de las distintas definiciones que se han intentado de la belleza a lo largo de la historia se pueda derivar que la foto de un buitre, un animal feo entre los feos, pueda ser bella. Incluso el mismo buitre, ese horrendo animal, puede ser también bello.
Sentado frente a mi laptop me pregunto ahora: ¿qué son las fotos bonitas entonces? Desde una argumentación modernista concluyo que las fotos bonitas son una especie de parásito, un alien, un falso clon de lo bello.
¡Y todo porque descubrimos que la foto de un buitre puede ser bella!
Javier Ramírez Limón
Apéndice:
¿Son las naturalezas muertas de Roger Fenton agradables a la vista? Lo que se dice agradables, no. ¿Es Fading away, ese alucinante fotocuadro de Robinson, una foto bonita? Tengo fundadas sospechas de que no. Es un performance. ¿Es el pimiento de Weston agradable o desagradable a la vista? Pienso que estos atributos no corresponderían a las intenciones de Weston. ¿Es el sahuaro de Graciela Iturbide bonito? Me parece que ese sahuaro tiene muchos atributos menos el de bonito. Es objeto conceptualizado.
SORRY FOR YOU
Parte 2: De cómo las fotos bonitas se volvieron un concepto.
Despatarrado, con un gato a cada lado de mi cama, me sigo preguntando qué sentido podrán tener las fotos bonitas; ¿puedo hacer algo con ellas? Me contesto que sí e imagino un conjunto de varias fotos bonitas, una reunión. Todas son fotos mías y pienso hablar de ellas como mías, es decir, hablaría de mi concepto de lo bonito. Si agregara una más (y una y una más) estaré re-estructurando táxonomicamente mi concepto.
Si sólo mostrara mis fotos bonitas sin hablar de lo bonito, ¿no equivale, al mostrarlas, hablar también de lo bonito? No, porque esa reunión de fotos sería necesariamente caótica; sólo puedo hablar de lo bonito si tengo un concepto.
Me iré un poco más lejos: supongamos que proceso estas fotos bonitas de tal manera que lo bonito aparezca como hiperreal.
Antes clasifiqué, ordené, mis fotos bonitas; ahora intento imprimirles el atributo de lo real, tanto como sea posible. Esto es, quiero que mis fotos bonitas sean verdaderamente bonitas. Eso es lo que quiero decir aunque no sea cierto o no pueda establecerse su verdad.
Estoy ya dormitando y los gatos se han acercado a mí. Estamos casi abrazados y a punto de dormirnos…
Me digo: he encontrado una manera de darle utilidad a las fotos bonitas. Proyecté una clasificación estructurando una representación táxonomicamente. Incluso hasta podría decir que en esa taxonomía hay unas fotos más bonitas que otras, pero nunca más feas. Además, le he adscrito a esas fotos la característica de hiperrealidad porque quiero que se entienda muy bien que creo en lo bonito y que estoy convencido de su existencia.
Nos hemos quedado profundamente dormidos, los gatos (un gato blanco, Valentín Elizalde y una gata negra, la Negrita), y yo. Estamos soñando y no podemos asegurarle a nadie que nuestros sueños son lo suficientemente reales…
Me encuentro en un pasillo muy largo. Voy caminando y observo a cada lado miles de fotos, todas bonitas. Estoy embriagado. Se me viene una ocurrencia (¿idea?) a la cabeza: las destruiré todas, una a una, y a hacerlas bolita. Dicho y hecho: empiezo a destruirlas. Cada bolita va adquiriendo una forma distinta aunque siempre semeja un círculo. Son estructuras de forma más o menos circular, unas más irregulares que otras. Etcétera.
Sigo en el sueño y es mi conciencia la que habla…
Las fotos bonitas hechas bolita están ahí en el pasillo todas desperdigadas. Todas son fotos, son bonitas, pero su “look” cambió radicalmente porque ejercí una acción sobre ellas. El pasillo tampoco es el mismo. Está lleno ahora de un amasijo estrambótico de lo bonito. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere decir? ¿Que lo bonito es una masa de no sé que cosas y de difícil definición? ¿Que esas inasibles madejas moleculares son una alegoría de lo bonito?.
Los gatos extienden sus brazos sobre mi pecho y quedan extasiados. Visiblemente pálidos se quedan estáticos, como si hubieran tomado una bebida venenosa. Y sí, a la mortecina, en un santiamén estamos los tres viajando a los confines del Más Allá, al encuentro ¿definitivo? con La Muerte.
(El último hálito gatuno había penetrado en mis sueños y cubierto todos los resquicios de ese pasillo transformado en molécula de lo bonito. Yo me había asfixiado con ese tufo y era transportado en un avioncito azul. Dos pasajeros me acompañaban todo el tiempo al Más Allá; claro, los gatos.)
Llegamos pues al Más Allá y saludamos a la Muerte. Nos invitó a que nos sentáramos bajo un mezquite muerto. Lo hicimos muy orondos: La Muerte, los gatos y yo. Nos miramos todos para reconocernos, para convencernos de lo que estaba ocurriendo. Yo no quería perder el tiempo con preguntas relativas a la muerte (para qué, ya estaba muerto). Y sin preámbulo alguno, le pregunté a La Muerte: Muerte, ¿podrías decirnos qué es lo bonito?, y si existe, podríamos verlo.
La Muerte, muy en su papel de Muerte, cruzó la pierna muy catrinamente y suspiró. Comenzó a hablar de muchas cosas y, a punto de decirnos aquello que nos interesaba a mí y a los gatos, una bandada de pajaritos pasó revoloteando sobre nuestras cabezas, surcó el horizonte muerto y empezó como un torbellino a rayar el cielo. Los gatos maullaron histéricos y yo traté de tranquilizarlos persuadiéndolos de que ya estábamos muertos y de que no tenía sentido maullar tan lastimeramente. Una estupidez porque no tendría que persuadirlos de nada. Ya no eran gatos, eran imágenes muertas de gatos.
La Muerte, aprovechando la confusión quiso escabullirse y sin que nos diéramos cuenta fue desapareciéndose de nuestros ojos, aunque logramos ver cómo levantaba uno de sus huesudos brazos señalando al cielo muerto.
Los gatos y yo, imágenes muertas de nosotros mismos, volteamos para arriba y observamos lo bonito en todo su esplendor y magnificencia. Enmudecimos enajenados por ese néctar visual y embriagador.
Si alguien llega a leer esto, créame, no tengo palabras para transportar esa maravillosa experiencia a la escritura. Claro, podría decir muchas cosas de esa experiencia delirante, y acompañar todo ese conjunto de frases con fotos bonitas de ese cielo lleno de pajaritos, naranja y rojo, arrebolado, que en ciertas épocas del año baña la visión de muchos hermosillenses.
Esta segunda parte no puede ser firmada porque el autor sigue muerto. Hubiera querido dedicársela a Fernando Robles pero no es posible. And here is the rest of it.